Acerca de mi

Quién soy yo y cómo he llegado hasta aquí

Mi nombre es Pablo, y nací en 1974, pero empecé una nueva vida con 43 años. De mi vida anterior tengo dos hijos y muchos buenos recuerdos, pero si cabe estoy más orgulloso de la vida que estoy construyendo ahora: porque vivo de una manera más consciente, más intensa y más plena.

2019
Nota: En éste blog voy a compartir muchos aspectos y detalles de mi vida. Si me sigues, conocerás algunas cosas que muchas personas de mi entorno ignoran. No sólo conocerás lo que he vivido sino cómo lo he vivido y lo que pasa por mi cabeza. Sin embargo, por ahora no deseo desvelar mi identidad completa. Te pido por favor que lo respetes. Parte de lo que cuento atañe a personas con las que compartido mi vida y quizá ellas no desean exponerse como yo lo voy a hacer. Me gustaría proteger su intimidad.

Mi primera vida:

Hasta octubre de 2017 yo era lo que se podría llamar un hombre exitoso: Por aquel entonces tenía una familia estupenda, salud, un trabajo interesante y bien remunerado, muchos y muy buenos amigos… Me consideraba a mí mismo –siempre lo he hecho- un tipo con suerte y me parecía haber alcanzado todo aquello con lo que había soñado.

Pero en realidad, aunque por entonces no me daba cuenta, mi vida distaba mucho de ser perfecta, y sobre todo adolecía de un enorme desequilibrio entre las diferentes esferas: profesional, familiar, de amistades y personal.

Profesionalmente:

Recortes de prensa de mi otra vida

Me sentía realizado ejerciendo de aquello para lo que estudié: Licenciado en Administración de Empresas y después de 17 años trabajando en la misma multinacional había alcanzado lo que para mí era “la cumbre” de aquello a lo que aspiraba. Dirigía una unidad de negocio de casi 40 empleados que en 2016 facturó más de 25 millones de euros.

Me sentía plenamente realizado profesionalmente. Cada día y cada mes me enfrentaba al reto de hacer que el negocio creciera y fuera rentable ganando la confianza y fidelidad de nuestros clientes. Al mismo tiempo mantenía una buena relación con mi equipo y buen ambiente de trabajo. Y las cosas me salían bien: los resultados eran buenos, recibía felicitaciones de mis superiores y numerosas muestras de cariño de mi equipo y mis compañeros.

Pero esa idílica situación tenía un precio. Dedicaba a mi trabajo muchas más horas que la jornada laboral estándar. Pasaba casi todas las semanas fuera de casa de lunes a viernes; y cuando había problemas me llevaba los quebraderos de cabeza a casa. Todo ello me impedía descansar como es debido y acabó afectando a mi estado de ánimo. Claramente mi esfera profesional estaba robando demasiado tiempo y energía vital a los otros ámbitos de mi vida.

Mi familia:

Llevaba 14 años felizmente casado y seguía tan enamorado como el primer día. Estaba tan convencido de tener “el amor verdadero” que pensé que podía con todo y seguramente no le presté toda la atención debida. Soñaba con envejecer junto a mi esposa y seguir demostrando al mundo que el “amor verdadero y eterno” es posible. Tuvimos dos hijos a los que quiero con locura. Los fines de semana se los dedicaba en exclusiva a mi familia para intentar compensar que entre semana apenas nos veíamos; y fui dejando de lado el resto de mi vida.

Mis amigos:

Contaba con muchos y muy buenos amigos, pero el trabajo me dejaba muy poco tiempo libre y se lo dedicaba casi en exclusiva a mi familia. Los contactos con amigos se empezaron a limitar a quedadas en parejas y con niños, alguna llamada de vez en cuando, y mensajes de whatsapp. En los últimos años antes de mi cambio de vida apenas recuerdo alguna quedada con algún amigo a la que no fuese con mi mujer y mis hijos.

Mi salud y mi esfera personal:

Siempre fui deportista y siempre me he cuidado. Pero la falta de tiempo y la falta de sueño empezaron a afectar a mi salud física y mental. Arrastraba lumbalgias desde años atrás y tuve que abandonar el atletismo, que tantas satisfacciones me había dado en el pasado. Mi actividad deportiva se limitaba a una clase de pilates por semana. Y los problemas para conciliar y mantener el sueño hacían que apenas durmiera 5 horas al día, lo que empezó a afectar a mi estado de ánimo y mi carácter, y fui perdiendo energía y empuje, iniciativa, buen humor…

El fin y el principio:

Empezaba a darme cuenta de que por ese camino acabaría mal y mi mujer también me dijo que ella estaba cansada la situación. Decidí pedir a mi jefe un cambio de puesto que me permitiera pasar más tiempo con mi familia; incluso si eso significaba perder estatus o hacer un trabajo menos interesante. Mi jefe lo entendió y se comprometió a hacerlo posible, si bien por diferentes circunstancias pasaron 9 meses hasta conseguirlo. Fueron 9 meses muy largos y duros para toda la familia. Sabíamos que el cambio era posible y nos ilusionaba volver a cenar y dormir todos juntos todos los días, convivir más. Pero al mismo tiempo cada mes que pasaba, la espera se hacía más difícil y nuestro estado de ánimo se resentía.

Por fin llegó el día. Mi cambio de puesto era un hecho. Volvía a casa cada día a tiempo de jugar un rato con los niños, hacer la cena, cenar juntos y pasar un rato con mi mujer una vez los niños se acostaban. El primer mes surgieron bastantes discusiones: habíamos pasado tanto tiempo separados que no estábamos acostumbrados a convivir en esa rutina diaria de trabajo, niños, casa… Pero, hablando se entiende la gente: tuvimos varias charlas sobre nuestra manera de interpretar la educación de los niños, el trabajo de la casa, etc… y yo estaba decidido a poner todo de mi parte para la buena marcha de la familia.

Me ilusionaba tanto volver a compartir cama con ella cada noche, cenar todos juntos, poder dar un beso de buenas noches a los niños. En fin: estaba tan ilusionado por haber recuperado una vida familiar y de pareja “normal”, que no vi venir la hostia que la vida me estaba preparando.

Después de seis meses establecido en Madrid, llegó el día más trágico de mi vida. Como cada mañana me levanté el primero, desayuné y me duché. Me estaba vistiendo para ir a trabajar cuando ella se levantó diciendo que estaba agotada, que no había dormido nada en toda la noche. Le pregunté por qué y me dijo que había estado dándole vueltas a la cabeza. Entonces me lanzó una pregunta que me descolocó completamente: “¿tú me quieres?”.

Me quedé atónito. Jamás hubiera esperado esa pregunta. Recuerdo que yo estaba anudándome la corbata. Dejé el nudo a medio hacer; me di la vuelta para mirarla y la vi sentada en el borde de la cama, con los ojos llorosos… Me senté a su lado y le dije: “Claro; ¿cómo puedes dudarlo?”. Pero rápidamente comprendí que sus dudas sobre mi amor eran en realidad dudas sobre si ella seguía queriéndome. Fue como si una espada me atravesara el corazón. Ese fue el inicio de un infierno de varios meses en los que sentí que mi vida se desmoronaba como un castillo de naipes y todo perdía sentido.

En poco tiempo sentí que perdía todo aquello por lo que había luchado y de lo que me sentía tan orgulloso. Llegué a un punto en el que incluso se me pasó por la cabeza quitarme la vida; pero afortunadamente mis dos hijos me hacían recuperar la cordura. Bueno, mis dos hijos, mi psicóloga, las pastillas para dormir y los antidepresivos…

Viví los que sin duda han sido los peores meses de mi vida: no entendía cómo habíamos llegado a eso y lloraba día y noche por no haber sabido mantener el amor de alguien a quien yo adoraba. El caso es que poco a poco me daba cuenta de que, lo entendiera o no, me gustara o no, lo aceptara o no, la había perdido.

Durante algún tiempo mantuve la esperanza de poder recuperarla, pero con la sentencia de divorcio en la mano decidí que no podía seguir mirando atrás y vivir amargado o esperando un milagro. Debía centrarme en mirar hacia adelante y emprender una nueva vida. Así que, tras pasarme la tarde llorando una vez más, decidí dar por cerrada esa etapa de mi vida y empezar de nuevo…

Ayudado por mi psicóloga y por algunos amigos y amigas fui recuperando los escombros de mi autoestima y reconstruyéndola pedazo a pedazo. Empecé a darme cuenta de que si la vida te da limones tienes que aprender a hacer limonada. A pesar de que era una situación que yo jamás hubiera deseado, debía dar gracias: la vida me estaba dando la oportunidad de empezar de nuevo, de vivir una segunda vida.

Me di cuenta de que en los últimos años yo podría haber fallecido por un infarto causado por el estrés, o en accidente de tráfico en uno de mis muchos viajes en coche. Pero no fue así: mi primera vida acabó, sí, pero ahora tenía la oportunidad de empezar otra. Es una oportunidad que no todo el mundo tiene. Con la ventaja añadida de que no partía de cero: traía de la anterior dos hijos, un buen trabajo, una educación… y sobre todo una experiencia acumulada. Pensé que, si era capaz de enfocar positivamente, supondría una importantísima ventaja para tener éxito en ésta nueva aventura.

Mi segunda vida

Al igual que los bebés en sus primeros años de vida, después de una separación tienes que reaprender muchas cosas. Es un proceso duro; pero al mismo tiempo apasionante si lo enfocas bien: aprendes cosas nuevas cada día y te das cuenta de que el mundo es mucho más grande de lo que lo veías. Las experiencias traumáticas expanden tu horizonte y te permiten crecer.

A mí me llevó meses aprender a enfocar positivamente lo que me había pasado y volver a cogerle el gusto a la vida, pero creo que lo hice bien. Mi nueva vida dista todavía mucho de la perfección, pero me esfuerzo cada día en crecer y en que cada semana sea un poco mejor que la anterior. He aprendido muchísimo y estoy muy orgulloso de cada progreso que he ido realizando.

La gestación de supraviviente

Siempre me gustó el desarrollo personal. He leído infinidad de libros sobre ello. Pero desde que inicié mi nueva vida me interesa aún más: he leído muchos blogs, he visto muchos vídeos, escuchado muchos podcasts y leído muchos libros: de cómo superar una ruptura, de cómo crecer personalmente, de cómo ser más feliz, mejorar mi salud, etc… y sobre todo he experimentado en mí mismo muchas de las cosas que he aprendido.

A diferencia de la mayor parte de teóricos de la autoayuda, yo he vivido lo que escribo. He pasado por esa experiencia traumática que te obliga a empezar una nueva vida. Y he aprendido tanto o más de la experiencia y de la reflexión sobre lo que he vivido como de todos los libros, vídeos o podcast…

Animado por el consumo de tanto material motivacional y de autoayuda, llevaba tiempo planteándome escribir un blog. Pensé que podría ayudarme, y al mismo tiempo que mi experiencia podría ayudar a otros. Pero no estaba seguro de poder aportar un valor real ni disponía de mucho tiempo libre. Quería hacerlo, pero nunca me decidía a empezar. Pensaba que hay ya tanto material en el mundo que mi blog no aportaría gran cosa de nuevo. Hasta que una llamada de teléfono el día de mi cumpleaños lo cambió todo:

Me llamó mi amigo Sergio para felicitarme. Me contó que a otro amigo suyo le había pasado algo similar a mí: su mujer le había pedido el divorcio hacía tres meses después de 20 años de convivencia y él -como yo- no lo había visto venir. Aún estaba aturdido y tratando de encajar el golpe. Entonces le dije a mi amigo: “Por favor, dale mi teléfono y dile que me llame. Yo he pasado por eso y creo que puedo ayudarle.”

Un par de días después, por la noche, recibí la llamada de Carlos. Me interesé por lo que le había pasado y hablamos durante 3 horas. Fueron tres horas intensas, en los que él me contaba su experiencia que por momentos removía mis recuerdos, pero en todo momento intenté mantenerme positivo y enfocado en ayudarle. Viendo que se había hecho muy tarde acordamos dejar la conversación y quedar para continuarla otro día tomando una cerveza, pero entonces él me dijo: “Este rato hablando contigo ha sido lo mejor que me ha pasado en los últimos 3 meses; nadie me ha ayudado tanto como tú con ésta charla”. El subidón que me produjeron esas palabras fue enorme.

La sensación de bienestar que produce ayudar a otros es inmensa. Me di cuenta de que podía aportar valor. Aunque yo no soy psicólogo ni coach, mi experiencia puede ser de ayuda para otros; y además me hacía sentir muy bien. Esas palabras me convencieron de que valdría la pena intentarlo.

Aún así, he tardado mucho tiempo en ponerme manos a la obra ya que hay tantas cosas que me apetece hacer, que nunca encontraba tiempo para ésto. Y en ésto llegó la crisis del Covid-19 y me puso en casa, dándome el tiempo que nunca encontraba para poder acometer éste proyecto. Así que me he decidido a lanzarlo en éste momento y tengo la sensación de estar ante algo que me va a cambiar nuevamente la vida; estoy seguro de que para bien.

Mi propósito

Ayudar a otros te hace sentir que tu vida tiene más sentido, más trascendencia. Así que voy a poner todo mi empeño en transmitir aquí lo que he aprendido y vivido, y lo que aprendo cada día, con la esperanza de que ello sirva para mejorar la vida de alguien.

Pero, además, el hecho de escribir mi experiencia me ayuda a mí mismo porque me permite reflexionar más, ordenar mis ideas, y aumentar mi consciencia y mi autoconocimiento. Así que, incluso si nadie lo leyera, para mí vale el esfuerzo. Escribiendo me siento bien, incluso antes de haber publicado una sola palabra.

Me encantaría que éste blog sirva para contactar gente con intereses similares y que podemos recorrer juntos parte de nuestro camino apoyándonos mutuamente.

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